Estamos
de acuerdo, tras haber visto el discurso de Leonardo Garnier, en que las
escuelas deberían aplicar la educación subversiva en sus aulas.
Habla de la ética como base de todo estudiante, una
asignatura importante que dota a sus alumnos de moral ética y buen juicio para
saber actuar correctamente en su día a día sin esperar algo a cambio. Sin
embargo, recuerdo esas clases de ética en cuarto de la ESO. No hablaré del
profesor sino de la asignatura en sí y del libro de texto, especialmente. Un libro que debíamos
comprar al inicio del curso para seguir su temática. Un libro en el que pone lo
que está bien y está mal, y nos lo teníamos que creer porque así lo ponía. Afortunadamente, creo que no hicimos
examen. Porque a decir verdad, no me imagino estudiando la moral, la virtud, el
deber, la felicidad, el buen vivir… de lo que se ocupa la ética.
En mi opinión,
la ética no se aprende, se adquiere. Es el punto de inflexión que todos tenemos
en algún momento de nuestra vida, es una reflexión sobre el hecho moral que,
con el tiempo, serán actos involuntarios y el buen hacer será una característica
más del ser humano, que al parecer habíamos perdido.
Salir un día soleado al patio a dar la clase,
dedicar una sesión para debatir sobre aspectos diarios que impliquen
controversia entre los alumnos. No sé, soy joven y puede que todo esto me
parezca más fácil de lo que en realidad es. Pero hay que despertar el interés
del estudiante, llamar su atención y que se implique en la actividad, y a veces
eso se consigue cambiando pequeñas cosas de la rutina.
Recuerdo mis años en primaria, y si, lo recuerdo
perfectamente. Prefería una clase de Matemáticas antes que una clase de
Plástica. El problema estaba en que me encantaba dibujar, pero lo que yo
quisiera y con los colores que a mi me gustaran. Pero todos debíamos seguir el
mismo protocolo: colorear una ficha con unos colores determinados y antes de
que terminara la clase. En cambio, las clases
de matemáticas eran más dinámicas. Cada problema (suma, resta y
multiplicación en aquellos años) era un reto distinto, con cada clase aprendías
y te ponías a prueba. Y lo que no te diera tiempo a hacer en clase, lo terminabas en casa (aunque siempre procuraba que no fuera así).
Con esto, simplemente quería apoyar la idea de
Garnier sobre la educación subversiva y dejar que los alumnos disfruten, que se
expresen artísticamente y que creen así su propia identidad. Pero eso es un
trabajo de todos, debemos enfrentar las reglas porque como dice el dicho “quien
no arriesga, no gana”. Tenemos claro el objetivo: crear personas que actúen con
control racional propio, que se preocupen por algo que va más allá de ellos
mismos y sobretodo, que pierdan el miedo a ser las personas que quieren ser.
Por lo tanto, lo que debemos mejorar son, quizá, los métodos de enseñanza en
las aulas tanto escolares como
universitarios, para que los docentes sean un ejemplo de personas morales y
racionales de las cuales aprender no suponga un esfuerzo sino un privilegio.
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